niños desayunaban caramelos, ella nos hacía comer cereal, tostadas y tomar leche.
Cuando otros niños almorzaban con gaseosa y galletas, teníamos que
comer carne, verduras y huevos. También nos preparaba cenas diferentes a las de otros niños.
Mi mamá insistía en saber dónde estábamos todo el tiempo. Parecíamos
convictos en prisión. Ella tenía que saber quiénes eran nuestros
amigos, y lo que hacíamos con ellos.
Nos da pena admitirlo pero rompió las leyes del trabajo de menores, ya que nos hacía trabajar.
Teníamos que lavar los platos, ayudar a sacar la
basura, darle de comer al perro, arreglar nuestro cuarto y toda clase de trabajos forzosos.
Ella insistía en que dijéramos la verdad y nada más que la verdad.
Cuando llegamos a la pubertad, te juro que ella podía leer nuestras mentes.
Era desesperante vivir con ella, estaba pendiente de que nos
cepilláramos los dientes, que nos bañáramos, que estudiáramos. ¿Ya
hiciste las tareas fulanito?... ¡Qué fastidio! A veces hasta pensé en irme de mi casa...
Se ponía furiosa si nos veía sin zapatos... ¡qué vida la que me hacía
vivir mi propia madre!
La vida era difícil. Ella no dejaba que nuestros amigos tocaran la
bocina del auto al llegar a buscarnos a nuestra casa; debían llegar a la
puerta donde ella pudiera conocerlos y saludarlos. Mientras otros amigos y
amigas podían tener novios o novias a los doce o trece años, nosotros tuvimos que esperar a los dieciséis.
Por nuestra mamá, nos perdimos de muchas experiencias: nunca probamos
drogas, nunca estuvimos presos, ni fuimos vándalos, ni odiados por los
vecinos, y todo por su culpa.
Ahora estamos solos en nuestra casa, somos simplemente adultos bien
educados, honestos, responsables.
Y estamos haciendo lo mejor que podemos para ser padres malvados, tal
como lo fue mi mamá.
Ya sabemos todo lo que está mal en este mundo; y ¿saben por qué?...
Creo que debió haber mayor cantidad de mamás tan malvadas como la mía.
Felicidades a todas las madres tan malas como esta
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