El objetivo es conseguir una piel más joven durante más tiempo.
Existen dos tipos diferentes de envejecimiento: el extrínseco, causado por agentes externos, y el intrínseco, que está genéticamente programado. Poco se puede hacer para evitar el segundo, puesto que no es más que una consecuencia natural del ciclo de la vida, pero sí es posible poner freno al envejecimiento extrínseco y evitarlo antes de que se produzca.
A más sol, más arrugas. La radiación ultravioleta es el más agresivo de todos los agentes “antijuventud” que existen. Para comprobarlo, no tienes más que observar la diferencia entre la piel de zonas poco expuestas, como la espalda o los glúteos, con otras como la del escote o las manos. El sol degrada las fibras de colágeno y de elastina, el tejido de sostén de la piel, provocando flacidez y arrugas. A diferencia de las provocadas por el paso del tiempo, que siguen las líneas naturales de expresión (piensa, por ejemplo, en las patas de gallo o en los surcos nasolabiales, que se marcan al hablar o sonreír), las arrugas provocadas por el sol tienen un aspecto romboidal y cuarteado, como de cuero. La mejor forma de evitarlas es mantenerse protegida del sol desde la más tierna infancia, puesto que la piel tiene memoria y guarda el recuerdo de cada rayo y cada quemadura de más, que luego se traducen no sólo en arrugas, sino también en manchas. Aunque parezca increíble, una insolación a los 18 acaba siendo visible allá por la treintena, momento a partir del que empezamos a pagar la factura de cada quemadura y bronceado del pasado.
El tabaco, un gran enemigo. Los datos son contundentes: los cigarrillos empeoran la calidad de la barrera epidérmica, tienen efectos deshidratantes, disminuyen la oxigenación celular y alteran el colágeno. Es decir, que además de los pulmones, perjudican también a tu piel. Lo peor es que estos efectos se observan también en los fumadores pasivos que están muy expuestos a los cigarrillos de los demás, por lo que si vive rodeada de malos humos, te conviene poner tu cutis al rescate.
Respeta tus horas de descanso. No hace falta explicarle a nadie los efectos adversos de la falta de sueño. Cansancio, mal aspecto, dificultades de concentración, falta de reflejos… ¿Sabías que, además, dormir mal envejece? El organismo necesita recuperarse del esfuerzo diario, y lo hace durante el sueño. Si le escatimamos tiempo de reposo, lo refleja, entre otras manifestaciones, con una aceleración del envejecimiento que no sólo se percibe a la mañana siguiente, sino también al cabo de los años. Está claro que no pasa nada por pasar alguna que otra noche corta, pero si, día tras día, le ganas horas a tu jornada a base de robárselas al descanso, puedes contar con varias arrugas de más en el futuro cercano.
Mantén a raya el estrés. Cuando estamos bajo tensión contraemos los rasgos. Fruncimos el entrecejo, la boca se curva hacia abajo, entrecerramos los ojos y, en general, adoptamos gestos forzados. De por sí, eso ya basta para causar arrugas poco agradables, pero quizás desconozca que el estrés también se traduce en una mala oxigenación de la piel, una mayor irritabilidad y una pérdida de tono que, cuando se hace crónica, sólo sirve para ponernos años. Recuerda que el estrés no viene causado por situaciones complejas, sino por nuestra respuesta ante las mismas. Por eso, cuando te veas desbordada por las circunstancias, date un respiro. Haz una pausa, analiza las raíces de tu angustia y plántales cara antes de llegar a sentirte arrastrada por los acontecimientos. Recuerda que no sólo estarás haciendo el bien a tu estado anímico, sino también a tu piel.
El agua, fuente de vida. La piel es un órgano vivo y permeable. Cuando se encuentra en un ambiente seco, pierde humedad, lo que la deja más frágil y desprotegida. Las cremas hidratantes impiden que su agua se escape incorporando agentes que le aportan esa humedad y, además, creando una barrera protectora que, como un escudo, la aísla de ese medio ambiente agresivo. Esta es la razón de que una buena hidratante sea el mejor aliado de tu piel, puesto que la viste y cubre de la misma forma que la ropa le protege del frío, especialmente en climas muy secos o en cutis sensibles, que necesitan cuidados extra.
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