Los fenómenos atmosféricos tienen mucho que ver en el estado de ánimo y la salud
La lluvia tiene una acción beneficiosa sobre la atmósfera, pues, aunque aumenta el grado de humedad, arrastra el polvo y las partículas suspendidas en el ambiente, purificando y mejorando el aire que respiramos.
Los mayores siempre tienden a echar la culpa de todos los males humanos y divinos al tiempo, desde un dolor de huesos a una jaqueca en toda regla. Y seguro que en verano ha escuchado la expresión "este calor me agota" y en un día lluvioso alguien le ha comentado que "los días grises le deprimen". Y es que el clima puede llegar a influir mucho sobre el organismo, pues tanto la temperatura como la humedad ambiental influyen de forma muy notable en nuestro ánimo.
Así, un día de sol eleva el ánimo, y, por extensión, los países cálidos son más alegres que los fríos. ¿La razón? La radiación ultravioleta inhibe la producción natural de melatonina, una hormona producida en la glándula pineal y que desencadena el sueño. Por eso, el sol actúa como un despertador natural. Además, sus rayos disparan los niveles de serotonina, una de las hormonas necesarias para el “bienestar”, y cuya carencia es capaz de desencadenar depresiones gravísimas.
Y es cierto: se puede sentir la lluvia en los huesos. Cuando la presión barométrica disminuye y aumenta la humedad, los tejidos se hinchan, un fenómeno que pasa generalmente desapercibido… excepto para quienes sufren de artritis, ya que hasta la más mínima inflamación en las articulaciones les resulta muy dolorosa.
Un tiempo cambiante y fluctuante no sólo es incómodo a la hora de decidir sobre la necesidad de llevar paraguas. Para quienes sufran de migrañas, puede resultar una auténtica pesadilla, ya que se calcula que hasta un 60% de las mismas pueden estar desencadenadas por los cambios de presión. El motivo es que el calor dilata venas y capilares, mientras que el frío las contrae, y esa alternancia puede desencadenar jaquecas en las personas propensas a ellas.
El calor es agradable, pero hasta lo bueno resulta indigesto cuando se toma en grandes dosis, y lo mismo sucede con las temperaturas. Cuando pasamos una ola de calor, se extiende el mal humor y los consiguientes conflictos. La razón es que el área de control de temperaturas del cerebro está muy cercano al de las emociones, y parece que un “recalentamiento” del primero tiene el mismo efecto sobre el segundo.
Ya Hipócrates definía el clima como el conjunto de circunstancias atmosféricas propias de una región capaces de influir sobre los seres vivos. Basada en estos principios, la climatología médica es la ciencia que estudia la influencia que el clima ejerce en los seres humanos, tanto por sus efectos terapéuticos como por sus posibles perjuicios para la salud.
De todos es sabida la influencia que factores climatológicos variables como la altitud, latitud, continentalidad o costa tienen sobre la salud; al igual que los factores variables, como la presión atmosférica, la temperatura, la humedad, las precipitaciones o los vientos, que tanto repercuten en nuestro bienestar.
Presión atmosférica. Se trata de una constante que afecta en sus variaciones de forma evidente al cuerpo, sobre todo al aparato cardiovascular y al sistema nervioso central. La tensión arterial se puede ver afectada de forma notable. Los individuos hipertensos son sensibles a las variaciones, cuando están a nivel del mar o cuando están en clima de montaña. Las alteraciones más llamativas se producen cuando se superan los 3.000 metros de altitud, a partir de los cuales puede aparecer el mal de altura, que se caracteriza por: trastornos respiratorios, taquicardia, sensación de falta de aire, dolor de cabeza, pesadez, apatía, disminución de la agudeza auditiva y fatiga muscular.
Temperatura. Éste es un factor climático fundamental y sus variaciones extremas (frío o calor intensos) producen importantes y, a veces, graves trastornos de salud. El hombre es un animal de sangre caliente que mantiene una temperatura constante entre 36,5-37ºC. Esto lo hace a través de diferentes mecanismos metabólicos, vasculares y cutáneos, que funcionan para almacenar o perder calor según la temperatura ambiente. El frío intenso provoca una vasoconstricción periférica intensa con aumento del metabolismo basal y producción de calor. El calor produce vasodilatación periférica, sudoración abundante, pérdida de agua y electrólitos a través de la piel. En situaciones muy extremas se puede dar el llamado golpe de calor, que causa hipertermia, deshidratación, dolor de cabeza y afectación del sistema nervioso central.
Humedad ambiental. Es un factor climático íntimamente ligado a la temperatura, y es la característica que más diferencia el clima continental del marino. La humedad intensa dificulta entre otras cosas la sudoración y aumenta la eliminación de líquidos a través del riñón, lo que hace que en ambientes naturalmente húmedos con frío o con calor intensos, éstos se toleren peor.
Lluvia y nieve. Las precipitaciones de lluvia y nieve tienen una acción beneficiosa sobre la atmósfera, pues, aunque aumentan el grado de humedad, arrastran el polvo y las partículas suspendidas en el ambiente, purificando y mejorando el aire que respiramos.
Vientos. Son importantes como vehículos del tiempo metereológico, pues están íntimamente ligados a las borrascas y los anticiclones. Su influencia sobre la salud ha dado lugar a lo que se conoce como ‘ciclonopatía’, ya que, curiosamente a nivel local o comarcal, determinados vientos producen alteraciones físicas en muchos de los habitantes de esas comarcas. Así en España, la tramontana en Cataluña, el cierzo en Aragón, el gallego en Asturias, el sur en Cantabria, o el levante en Andalucía pueden producir sensibles alteraciones como: irritabilidad, insomnio, angustia, fatiga o palpitaciones.
0 comentarios:
Publicar un comentario