La vida, en su imparable movimiento hacia el cambio. Envejecer simplemente es una razón para permitir que nos inunde el hastío. Para abandonarnos al mal genio, a la inconformidad, a esa sensación de conocerlo todo, de haberlo visto todo y por lo tanto, sufrir la verdadera muerte de un ser humano: perder la curiosidad.
Es eso y nada más lo que mantiene a cierta gente lúcida hasta el final. Porque los que amamos la vida sabemos que, por muchos momentos duros que nos ponga en el camino, es un cosa maravillosa de la que hay que saber extraer toda la felicidad posible.
En estos tiempos de incertidumbre, y ante cualquier situación que nos quite la sonrisa, tenemos que tomar la decisión consciente de no renunciar a todo lo sabroso y pleno.
Que nunca llegue el día en que no sabrociemos ese pescadito frito con batata, ni el atardecer fatídico en el que ignoramos la puesta de sol, o ese instante grave en el que un cuerpo y una cara hermosos, no nos despierten al menos un callo suspiro en el alma.
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