Por Omar R. Goncebat., EFE
El temor a que los demás nos juzguen mal, se burlen de nosotros o nos tomen por tontos, no sólo resulta infundado, ya que la mayoría de las veces sólo está en nuestra mente, sino que además puede limitar seriamente nuestra existencia y paralizar lo mejor de nosotros: lo que surge naturalmente de nuestro interior.
¿Qué van a pensar de mí? ¿Y si lo que voy a sugerir no tiene sentido? ¿Qué haré, dónde me esconderé, si mis ideas sólo generan carcajadas? ¿Realmente, vale la pena arriesgarme a quedar en una posición deslucida delante de los demás? Mejor me quedo quieto y no hago ni digo nada raro...
Estas preguntas y este diálogo interior son habituales en quienes viven atenazados por el miedo al ridículo: un temor a que se rían de nosotros o a hacer algo inconveniente delante de los demás, lo cual genera ansiedad y dificulta las relaciones sociales.
Además de un creciente malestar, la limitación o prohibición auto-impuesta de hacer, decir o proponer cosas que puedan resultar risibles o inadecuadas para la mentalidad de los demás, termina por cortar la alas a nuestra creatividad y espontaneidad, y en muchos casos nos obliga a renunciar a ser auténticos, a ser nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes.
Quien teme al ridículo o a quedar mal ante los ojos ajenos y por ello renuncia a menudo a ser fiel a sí mismo y a las iniciativas que le vienen a la mente o surgen del corazón, suele observar con amargura cómo muchas de las ideas, palabras o acciones que se abstiene de exponer a los demás, son manifestadas por otras personas generando el beneplácito de quienes los escuchan.
Si se siente ridículo por alguna situación, plantéese esto: ¿tendrá alguna importancia esta situación dentro de cinco años?, ¿alguien la recordará?. Cuanta más importancia le da uno a un hecho, más beneplácito le conceden los demás.
Para el psicólogo clínico y experto en risoterapia José Elías, "es bueno recordar el comentario del escritor y ex presidente de la República Checa, Václav Havel, quien afirmó que el que corre más riesgo de parecer ridículo es aquel que se toma demasiado en serio, lo cual no ocurre con quien es capaz de reírse de sí mismo".
"¡A veces nos tomamos la vida y a nosotros mismos demasiado en serio, olvidando que no 'saldremos de ésta con vida'. Como bien dice la sabiduría popular hay que disfrutar la existencia porque 'son cuatro días y dos están nublados'. La vida pasa volando, y nadie ni nada es imprescindible", señala el experto.
Por eso hay que aprender a reírse de uno mismo y los demás: "En la calle, el restaurante, el autobús, tren o metro, la oficina, hay que fijarse en las cosas graciosas y ridículas que hace la gente que nos rodea, lo cual también es un buen antídoto contra el sentimiento de ridículo, porque todo el mundo protagoniza situaciones hilarantes o extrañas", dice Elías.
REIRSE DE UNO MISMO.
"En lugar de sufrir un atasco de tráfico, hay que observar cómo los conductores se meten el dedo en la nariz, pitan como enloquecidos, gesticulan de manera extraña, hablan a gritos al teléfono móvil... También podemos observarnos a nosotros mismos: si nos disociamos y vemos desde fuera, podemos llegar a reírnos de situaciones que antes nos agobiaban", agrega.
Según Elías, "el mundo sigue su curso. Todo pasa y se olvida rápidamente. La mayoría de la gente vive inmersa en
En la imagen un cantante tailandés de la compañía teatral de la Ópera China se maquilla antes de una presentación en Bangkok
su propio mundo, vida y preocupaciones, y sólo fugazmente se fija en los de los demás, retornado pronto a su propia realidad. Así que quién va a ocuparse y preocuparse por tus peripecias vitales".
"Además, haga uno lo que haga, diga lo que diga y piense lo que piense, siempre se encontrará gente a favor y en desacuerdo con dichas acciones, palabras y pensamientos", señala.
Este psicólogo también propone caricaturizar nuestros demonios interiores y exteriores. "Las situaciones difíciles hay que dibujarlas tal y como se ven, y entregarles el dibujo a los amigos para que agreguen elementos graciosos, o hacerlo uno mismo", sugiere.
"Si uno tiene miedo al ridículo y lo imagina como "un ogro, un león o algo que me domina", se lo puede dibujar como algo que sea dominable y gracioso para uno mismo, por ejemplo un gatito simpático. Dado que la imaginación funciona con figuras, si se reemplaza una imagen por otra en el cerebro, se obtendrá otra perspectiva de la situación", asegura el experto.
"Así que ¡desdramatiza!", señala Elías, que sugiere: "¿Quiere que le resbalen las opiniones y miradas ajenas? Después de protagonizar una escena absurda o cómica, cuéntelo usted primero. Si se adelanta al chismorreo, se reirán con usted y no de usted".
"Si se siente ridículo por alguna situación, plantéese esto: ¿tendrá alguna importancia esta situación dentro de cinco años?, ¿alguien la recordará?. Cuanta más importancia le da uno a un hecho, más beneplácito le concederán los demás", señala el psicólogo, que agrega: "Lo mejor después de caerse es levantarse con una sonrisa y compartirla con los demás. Nunca somos ridículos, simplemente nos sentimos ridículos".
"Lo verdaderamente ridículo, o en todo caso triste y lamentable, es vivir obsesionado por la opinión de los demás, o que nos preocupe más nuestra imagen o lo que piensan de nosotros, que lo que en realidad somos y sentimos. Hay que aprender a vivir con naturalidad y disfrutar", finaliza Elías.
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